Nunca había estado tan de acuerdo con algo como con aquél 2009 donde en un decreto totalmente democrático la revista Esquire designaba a la colosal Kate Beckinsale como “la mujer más sexy del mundo”. Aquello fue una contienda vil, un atropello de esos para la posteridad, una verdadera masacre. ¿Quién no podía estar de acuerdo con eso?, ¿Cómo disentir?. La humanidad conoció por primera vez la unanimidad. El consenso absoluto.
Y no es que lo de Mélanie Laurent en los Bastardos no haya sido suficiente, o que haya dejado de amar a Portman un segundo en The Other Woman. Tampoco es que dejó de haber Monica Belluci en nuestras vidas o que aquello de Jessica Biel en Powder Blue no haya sido monumental, pero es que a veces las carreras –también- se ganan con narices. Con milímetros.
Aquel 2009 fue también el año de Rafaeli, de la eterna Michelle Pfeiffer (en Chéri), de Kelly-malditasea-Brook, de la inmortal Angelina y claro, de los Transformers de (mi) Megan. Pero es que los muslos de Kate fueron otra cosa y –vamos- no hubo realmente una contienda imparcial. Perdimos el rumbo y dejamos de contar.
Hoy, frente a un día de esos sin mucha sustancia lo utilizo como mantra, como recuerdo de lo que somos y de todo lo que es bueno y puro. Lo empleo como recordatorio inseparable de que la vida es esto: la mujer. Qué es la vida sino una mujer sexy, devastadora y –por sobre todo- fatal. Yo no sé si Darwin consideró catalogar a la mujer como agente determinante en el proceso de mutación, pero es que eso es lo que hace la mujer (por lo menos las imprescindibles): hacernos mejores. Carajo, hacer los días mejores.
Por ahí leí la necedad terrible esa de que “todas las mujeres son sexys”, y pues, ¡claro que no!. Nada más decepcionantemente falso. Es como afirmar que todos los hombres valemos el tiempo, y/o que la vida es una cadena en serie. Que todo es común y que todo está al alcance. Y eso es todo lo que precisamente no es la vida: un puñado de historias rosas con final feliz. Vamos, por supuesto que no. La vida es devastadoramente injusta, arbitraria. Y eso es lo que le da sustancia. Lo que la hace tan perfecta. Lo que nos hace levantarnos con los días y caminar. Sin fracaso no hay gloria, y esa es la bendita verdad.
Pues sí, que lo sexy debe ser peculiar, honesto, paradójico, eterno. El atributo único de lo sensual es la congruencia. Nada le gana a una mujer congruente, fiel a sí misma, a las bases. Lo sexy o sex appeal es una lista breve de cualidades. Acá mi lista: lo ligero y lo básico. Es todo, sin más, sin menos.
Pocas cosas en este mundo tan indispensables como la risa; el primer café del día; unas piernas largas; el beso genuino; las utopías; el amor de madre; una mujer sin pretensiones; el camino y -claro- los viajes; no tener horario; la cerveza en la sobremesa; sentirse necesario; un Jeep Wrangler; las mujeres sin mentira en la boca, sin miedo a nada -ni nadie-; unos hombros para recostarse en el cine; un buen par de botas; alguien con quien compartir el plato; el olor a mujer en la cama; lo trivial de las cosas; la lealtad.
Y es que eso es la vida: levantarse a buscar mujer. La precisa, la irremplazable.
Buena crónica