En términos amplios, las injusticias y los contextos deteriorados de nuestras «existencias» no se traducen necesariamente en sinónimos vivibles de angustia, tristeza o desolación. Una contradicción silogística si se quiere argumentar. La miseria produce miseria: sí y no. La miseria se reproduce, claro, pero la capacidad evolutiva de las especies se sintetiza en el poder de adaptación. Como especies poseemos la capacidad ineludible de adaptarnos a nuestro entorno, de hacerlo nuestro. El éxito de cualquier especie radica en la conquista de su espacio. Sea cuál sea.
Es más especie la que mejor se adapta. La que sobrevive. Por ahí, en la sobremesa de las pláticas con los amigos, en el ardor de las discusiones a punta de alcohol se repara el mundo. Es de hoy -de las redes y los nuevos canales- opinar sobre el mundo. Sobre nuestras “realidades” que -en su mayoría- tienden a ser asquerosamente miserables. Hoy todos somos críticos avanzados del mundo.
Sin embargo, esta adversidad nuestra tan innegable y tan honda, esta que encontramos (y confrontamos) en cada esquina, en la parada del camión, en la prepotencia del funcionario en turno, en nuestra gente, dentro de los televisores, en el día a día, en el aire, en cualquier historia; esta que cargamos y venimos arrastrando todos, desde lo social hasta lo existencial y de regreso: no es más que perspectiva. Bastará con leer esto (un estudio de la Universidad de Columbia que sitúa a México en el lugar 16 de los países más felices del mundo) para entender que la miseria no es miserable por sí misma.
Cada quién se arrincona desde la trinchera que encuentra más acogedora. Cada quién se defiende con las armas que mejor le parezcan frente al escenario que le ha tocado vivir. Que México (pese a su «realidad» y -porqué no- pese a nosotros) esté dentro de los países más felices del planeta no me espanta. Pues sí, que es darwiniano ser feliz. Hacer el mundo nuestro. Disfrutarlo. De eso se trata todo ¿no?. No sé si el contexto nos defina, o el hecho de que podamos desafiar al contexto es lo que realmente nos termine definiendo. O si corrigiendo el trillón de infamias que azotan a esta humanidad encontraremos ese camino puro de la «libertad». Como sea, querida gente de la Universidad de Columbia, me he planteado hacerles aquí un recuento de lo que encuentro enteramente placentero. Mi lista de las cosas que le dan sentido al mundo. Sin reparos, sin un orden preciso y –sobretodo- con la completa intención de incomodar. Sencillamente creo que a veces gritar las cosas emancipa. Aquí el recuento:
El olor a tierra mojada, a lluvia antelada; el sexo fresco en las mañanas; los Domingos todos; el café al despertar y después de comer; los tamales de la abuela; Bukowski; el sonido del mar; las estrelladas noches; Rayuela; el Barça; Los Amorosos y Tarumba; Clapton; los últimos 3 minutos de Cinema Paradiso; Guadalajara.
Coltrane; el queso; las visitas que no esperas; Hemingway; el invierno; la risa indetenible; las mujeres honestas (y las deshonestas, ósea, las mujeres pues); Pearl Jam; el clamato con resaca; la birria; Rulfo; Sinatra; las mecedoras en la cochera de los abuelos; la libertad; la neblina; pedir perdón –así, sin explicaciones-; unos glúteos torneados (te hablo a ti Jessica Biel); Seinfeld; hacer reír a una mujer; caminar por Chapultepec; José José; la premisa de Closer; ver platicar a mis padres; los amigos de la infancia; un corazón roto; la carne asada; sí –y mil veces sí- la cerveza.
Encontrarte en otras personas; una cantina (cualquiera); Guardiola; un par de botas; los Fabulosos Cadillacs; Tía Chofi; el tequila seco; Train de vie; las argentinas; el periódico por la mañana; Christoper Nolan; Joplin; las tortillas de harina; los Stones; un derby en el Nou Camp; algo de Scorsese o Woody Allen; Las Flores del Mal; Where the light is; Hesse; aquel concierto de Dylan; un discurso de Márquez; las tumbas de todos mis muertos; el olor a carbón; el primer “te amo”; la cerveza oscura; las tetas de Megan Fox, los muslos de Megan Fox, los pómulos de Megan Fox, Megan Fox; un buen par de pantalones; Natalie Portman; el soundtrack de Amores Perros; la Habana; San Cristóbal de las Casas; Nueva York.
Allende; Silvio; Rocha; Coyoacán; la nieve de cajeta; Bill Maher; Louis C.K.; Letterman; Garcés; las anforitas; los cacahuates tostados; todo lo que no es estricto o preciso o formal; cualquier cosa que involucre unos tragos, los viajes, el desapego y –porqué no- a los amigos; ver crecer a los tuyos; una mujer desnuda, y claro, el sexo.
Ese viaje a Guanajuato; tus pelos chinos; nuestra cabaña en el bosque; cada uno de tus besos; tus encías gigantes; tu incondicionalidad –cuando la hubo-; el sinsentido de nuestras peleas; nuestro silencio; aquella navidad; extrañarte los Lunes; una cerveza en verano; los muelles (algunos); creer que podemos escoger las cosas; el caos; olvidarnos; las partidas; la mujer nueva; y, por sobretodas las cosas, la nostalgia.
En fin, ahí tienen expertos en Columbia, algunas de mis tantas razones por las que me es tan difícil sumergirme en el pinche pesimismo.
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