Mira hijo, trataré de ser breve, aunque sería bueno que te fueras enterando que tu viejo es un tanto testarudo y otro tanto melodramático cuando se sienta a escribir en el cuaderno. Un poco “dramas”. Vamos, que se me da la cursilería como a nadie. Qué horror.
Para muestra el título remilgado que me acabo de inventar: “Somos las cosas que amamos”. Qué dramón, sí, de verdad que lo sé. Pero, qué le vamos a hacer hijo, es para darle emoción al texto. Te podrás dar cuenta.
¿De qué va esta película?.
Te seré honesto, ¿vale?, que había yo ya escrito un montón de cosas que no vienen a cuento y he decido borrarlas todas. Que esta «carta» tenía la intención de decirte un par de cosas primarias pero la he releído y la he encontrada infestada de lugares comunes y frases huecas ya muy hechas que me ha dado hasta dolor de muela. Tu padre odia los lugares comunes (no hay nada más vulgar en esta vida). Así que, he decidió borrarlo todo y comenzar de nuevo (nunca tengas miedo a comenzar de nuevo). En fin, vamos empezando por el principio.
Principio.
Dice el último reporte de Wikipedia que la población mundial actual está cercana a los 7.7 billones de humanos. Y eso es solo la población actualmente viva. Si sumamos a ese enorme número las personas que han pasado (existido) en más de doscientos mil años de civilización mundial, el número se podría poner complicado. Imagínate eso, ¿puedes?, ¿lo entiendes?, ese número tan profundo. Toda la gente que alguna vez ha sido (y nacido) a lo largo de la historia.
Vaya lío, hijo, el cuento es largo. Sin embargo, el resumen sí que es corto: el humano es todo menos único. Lamento decirte esto tan así. Comenzar yo con este tipo de oraciones tan aciagas. Con este veredicto tan abismal de lo que uno es (y no es). Pero creo que es mejor que te vayas enterando. Lamento decirlo hijo: eres todo, menos único. Primera lección.
Pero vamos, no hay que tomárselo personal. El veredicto aplica para todos nosotros. Nadie jamás es único. No hay indispensables. Nadie es más que nadie ni menos que nadie (apréndete eso). Todos nos hacemos tierra al final de los días. Todos venimos, y todos nos vamos. Todos nos olvidamos. Nadie (ni nada) se salva. Nacer y luego irse. Ese es el resumen.
Esto no lo inventé yo, que conste, pero es importante dejarlo claro (vaya que es importante dejarlo claro): somos polvo. Así que, hijo mío, vamos tratando a la vida como si fuera la única, y vamos tratando a los demás (al prójimo) con igualdad. Con empatía. Que luego nos da por sentirnos mejores que el de al lado y así se estropea la vida.
Climax (mitad de la película).
Hace ya casi un año que nos enteramos que seríamos padres (una noche de Noviembre en casa después de cenar), y todo esto me ha venido a la cabeza, no me preguntes porqué. Las ganas de definir las cosas, de contestar las preguntas de la vida (todas), y detenerse un ratito a pensar. Recuperar el aliento. La fragilidad de la existencia. El qué somos y qué hacemos aquí de cualquier tarde. Un humano más en el mundo (pensé). El reduccionismo. Un aluvión de sueños tontos. Qué sé yo.
Dicho esto, quería yo asentar una verdad indivisible: la humanidad es un rompecabezas. Tratar de definir los misterios de la existencia es un abismo sin fondo, así que, mejor no meternos ahí. Solo decir que con los años uno va armando las piezas y encontrando el camino, y rellenando los espacios, y –sobretodo- descubriendo el cuadro. Cuesta tiempo (y vida) descubrir el cuadro de la vida.
Así las cosas, hijo, el hombre tiende a definirse -las más de las veces- por las cosas que tiene, o las que no tiene. Por las cosas que dice, o las que piensa (los terribles ideales). A veces son las cosas por las que lucha (y defiende), otras tantas por las cosas que llora o profesa, o el lugar de donde viene. Hay hombres que se definen a través de Dios, y otros que lo hacen a través de las ideas. Yo, en cambio, he encontrado que el hombre es eso que ama. Irremediablemente y muy a pesar suyo. Somos eso que amamos. Limitadamente, sí -no importa-, por que la definición más sabrosa de la vida es una acotada, pequeña, minúscula. Una personal. Íntima.
He encontrado que la vida, para mi, es esto que amo. Que no separo de mi. Soy lo que quiero, o –para ser más justos- soy eso que quiero ser al lado de lo(s) que amo. Soy mi madre, y mi padre, y los abuelos, y los tíos, y mi par de botas negras, y mi cerveza de los Viernes, y mis viejas gafas, y ese rincón de la mañana mientras leo mi periódico con una taza de café.
Eso venía yo a decir. Un montón de ideas sueltas sin mucho rumbo pero sí con toda la intención. La intención de decirte, en esta tu primera carta, que te espera una vida llena de cosas a las que hay que aferrarse. Y -pon atención- por las que vale tanto la pena luchar.
Sin embargo, no todo son buenas noticias, hijo mío, que también la vida es un manojo de problemas. Un compendio de obstáculos que bien nos pueden estropear el final de la película. Así que, mejor comencemos por el final (spoiler alert). No vaya a ser. Mejor toma nota.
Final.
Verás, hijo, que llegas a un mundo roto. Lleno de huecos y caminos turbios. Llegas a un mar de desastres sin reparo. El mundo es un caos. Lo siento (lo sentimos, tanto). Pero, no hemos venido aquí para arreglar ningún desastre (esa es la buena noticia, apúntala), no alcanza la vida para eso. Ni tampoco hemos venido a salvar a ninguna patria, ni a luchar por ningún ideal (no hay cursilería más boba) ni a morir por los hombres (o los arbolitos, que ahora está en boga). No hemos venido a conquistar utopias ni a amasar fortunas. No. ¡No hemos venido a morir!.
Venimos, en cambio, a sentarnos a disfrutar el café de la mañana, a echar la merienda, a destapar la cervecita, a saborear la sobremesa, a no dejar ir una partida de dominó o un juego de futbol (mientras juegue el Barcelona), a cantar un rato en la regadera, tirarse en el sillón, echar unos tacos en la esquina, viajar con los amigos, caminar, andar, tratar de olerlo todo, tomar el sol en una playa, reír con alguien, irse de pinta, leer a Whitman, pedir una caña y un pintxo para despedir la tarde, unos esquites en el Expiatorio, una cazuelita en Tlaquepaque, una fabada en Asturias, unos de suadero en Chapalita, una salchicha en Times Square, un croissant en Montmartre, unas tapas en Chueca, unos chilaquiles en la Condesa, un menudo en casa, una ducha larga, unas carnitas domingueras, unos huevos rotos, un asador a punto, John Lee Hooker en el fondo, tirar las botas, una chamarra nueva, una película de Nolan, un Sábado de lluvia, una discusión de política, una ginebra después de la cena, un aguachile para la resaca, un hombro para recostarse en el cine, un paseo por la Alameda, una cantina vieja, Coyoacán en Domingo, coger la autopista sin destino, un arroz con leche de la abuela, las clases de la Universidad (todas), el birote recién hecho, la primera novi@, tu primer coche, el primer amor. Probar la tortilla de mamá, el piojito de mamá, los berreos de mamá, el olor a mamá, los besos de mamá, ver bailar a mamá, las caderas de mamá. ¡Mamá!. Eso es la vida hijo. Mi resumen (de momento).
Bienvenido y toda la suerte en el camino.
Trata de no correr, anda.
…
Posdata.
Ayer te eché a dormir y mientras te dejaba en tu espacio tenía yo ganas de darte tu primer consejo: aprende a compartir. Verás, que la vida compartida sabe mejor. Nada como encontrar uno su compañía. Alguien con quien ser (y estar). Ya verás.
Posdata 2.
Hablando de compartir. Nos vamos a tener que poner de acuerdo con los tiempos de mamá. Que yo la vi primero y poseo derechos de antigüedad. Así que, sin pasarse de listo, ¿vale?. Nomás te aviso.
…
Advertencia.
Dice mamá que serás feminista. No estoy seguro a qué se refiere pero va muy en serio. Vete preparando.
Ya está.
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