Capítulo VI. De batallas naranjas.
Lo que pasa es que ahí, en la penumbra de las solitarias noches, uno también descansa los ojos, que son lo verdaderamente importante. Porque con qué ve luego uno. De las funciones del cuerpo humano, son las de los ojos las más importantes: porque por ahí entra la vida. Que sí, que caminar, correr y tomar las cosas, además de abrazarlas y masticarlas, pues es de cierta importancia. Pero ver ¡ah! eso sí es de otra categoría.
Cuando uno (te) ve, el tiempo y esa cosa que los científicos llaman «espacio» se contraen, se hacen como ciruelitas secas. Se evaporizan. Es como si aquél australopitecos que alguna vez erigió su columna para alcanzar aquella rama que le quedaba alta, lo hubiese hecho con la sola intención de saber que algún día en la evolución de la historia, estos mis ojos se postrarían en tu cabecita redonda, que es como de color naranja y muy preciosa, y que hace que respire más fuerte y más deprisa.
No sé porqué me pasa esto. Será quizá que mi cuerpo sospecha de alguna fatalidad catastrófica sobre mi persona, como si fuese a ser atropellado por esa tu cara preciosa, como si fuese yo a ser aplastado por algún tractor volador que sospechosamente vuela (y aterriza) sobre mis restos. No sé qué pasa que los pulmones estos que ya casi no me funcionan, se me salen hasta por los oídos. Pero es que así me pongo yo cuando la muerte me acecha. Es una reacción natural –supongo- esta de sentir la catástrofe cuando estás en la cercanía.
Vaya vida la mía, enorme calamidad la que me espera. Vivir con miedo perpetuo. Quién carajos quisiera ser yo. Vamos siendo honestos, estoy jodido. Tan jodido como un hombre puede estar. Yo tengo esta teoría de que a mi nadie me ha preguntado nunca si quería yo joderme, alguien ha tomado esa decisión por mi como si fuese suya. Y eso a mi me calienta las pelotas, vamos, no me parece. Si tan solo hubiese un lugar en el universo donde uno pudiera ir a depositar sus querellas contra la vida -que arremete siempre contra uno- este mundo fuera más vivible, y pienso yo, un poco más justo. Quejarse contra la evolución de la vida debería ser un derecho universal.
Sí, esto es un berrinche (porque claro, a las cosas hay que ponerles etiquetas vaya), pero es que no quiero estar yo así de jodido. A mi me gusta ser libre, no soltar la cerveza, el sexo ¡ah! el sexo, a mi me gusta dormir de un lado diferente de la cama todos los días, y olvidar limpiar los platos cuantas veces me sea posible. Me gusta mucho usar la misma tasa de café sucia, es como si ahí el café se añejara y madurara un poco en cada sorbo. Y ya ni hablaré de lo mucho que disfruto estar solo, porque con los años he descubierto que soy mi persona favorita. ¿Y ahora qué, compartirlo todo? ¿Cómo carajos se comparte la vida?.
Y hablando de comparticiones: ¿compartiremos también las ideas, y las ganas, y todo eso que hace a uno tan individuo, tan único? Porque ahí sí yo ya pinto mi raya. Quiero que sepas que mis ideas son únicas y son devastadoras. Me han costado espacio y amistades largas. Me han costado noches y algunos primos y tíos segundos. Me han costado sangre vaya, y no quisiera yo compartir ya eso porque es tan mío y tan de mi que no lo encuentro justo. Vete tú a conseguir tus ideas y tus revoluciones y vamos negociando eso de mi soledad.
¿Qué propones? Porque yo encuentro solidario y muy justo que ciertos días a la semana sean solo míos, no tuyos ni nuestros, sino míos. ¿Qué dices? Quiero que sepas que ya me han advertido de tu egoísmo, de tu arbitraria forma de resolver las cosas. Quiero que sepas que estoy advertido y dispuesto a todo. A dar la batalla, que para eso me he entrenado toda mi vida. No has venido tú a encontrarte a un tipo manso sin voluntad o de brazos caídos. Has venido a encontrar guerra. Y vamos cada uno agarrando su trinchera porque estas guerras suelen ser largas y sangrientas y despiadadas. ¡Ah! pero tu preciosa cara, ya había yo olvidado tu preciosa cara que es como la kriptonita de ese superman. Que es como arrullo y como brisa.
¿Qué voy a hacer yo cuando me pongas esa tu cara en mis ojos? Menuda batalla esta en la que me he metido. Queriendo regresar a la libertad he descubierto que no hay libertad más inmensa que la de tus brazos largos y tiernos. Tiernos como hogueras y como la arena del mar. Y para qué vamos peleando si podemos pasar la tarde recostados el uno sobre el otro entre caricias y húmedos besos. Si ya decía yo que no sería bueno para dar batalla. Me has sometido con tus ojos de naranja tenue y mirada plácida.
Qué vamos a pelear si lo que yo quiero es hacerte el amor. No has durado cinco minutos con la ropa puesta nunca en una habitación conmigo. Y qué voy a saber yo de platos sucios y procesos de añejamiento. Si también he leído -como tú- que las bacterias nacen en el estancamiento. Y de la cama ni te apures, que por ahí estoy recordando que el lado izquierdo siempre ha sido mi lado -así como el derecho casualmente el tuyo-. Y de los primos segundos y aquellas amistades largas tampoco hay que angustiarnos, que la familia se acaba en las primeras generaciones, el resto es ya humanidad.
Y no hace falta que estemos de acuerdo siempre (recién lo descubro) que atinadamente he visto como tus pasos -torpes y vacilantes- son esperanza pura. Hay un halo de certeza universal en esos tus pasos torpes que yo no comprendo. Y ya pensándolo bien, esa soledad tan mía tendría que ser negociable, no vayas después tú a quererme negar esos húmedos besos a los que me has acostumbrado, y en los que descanso tanto. Nunca nadie a descansado tanto en un par de labios.
Y ya dejémonos de cosas y vente tú aquí a mi ladito, a este hueco mío que ya es tuyo y que para qué nos hacemos no pretendo llenar con nadie más. Y vamos también de una vez despojándonos de esas ideas nuestras tan revolucionarias y tan devastadoras, que ahora comprendo yo la verdadera devastación que es quererte. Será quizá que después de todo, esto de estar jodido entre tus brazos es la devastación que todo hombre anhela.
Y ni creas que esto se va a quedar así, vamos dejándolo en pausa, porque ya extravié yo mis palabras y te veo cansada, muy cansada. Vamos tomando un respiro para (re)ordenarnos. Quería yo nomás tantearte el terreno. Es lo que los boxeadores llamamos “medir al rival”. No voy a mentirte, vienes más preparada de lo que inicialmente estaba yo contemplando. Pero carajo, nada que no pueda sortear. Estate con la guardia en alto, flaquita mía, que son tiempos difíciles estos los nuestros, y cuídame tu cara esa tan preciosa y tan naranja, ya habrá tiempo para segundas vueltas.
Comentarios