Me maman los recuentos. Hacer estas listas nostálgicas que lo encapsulan todo. Eso, encapsularlo todo. Me mama eso. Se nos acabó el año y para no perder la tradición: mi lista de cosas que solo me importan a mi. Este año, una lista arbitraria de mis canciones favoritas. Las canciones de mi vida. No por mejores o musicalmente superiores, sino por favoritas. Por su eco en mi vida.
Tenía tiempo queriendo hacer el recuento éste. Venga pues:
1. Nothingman. Pearl Jam.
Porque soy un maldito sentimental (me parece). Aunque mi mujer no lo crea. Me da por poner ojitos remilgones y mirar a lontananza cuando la escucho. Me sabe a hogar, a café de media tarde. Me acompañó mucho en la universidad. En mis largas noches de desvelos, cerveza, y una hoja de papel abierta. Tuve boletos para ver a Pearl Jam alguna vez. Los boletos resultaron estar malditos. Confundimos las fechas y nos perdimos del concierto. Igual me sigue acompañando (la canción).
2. Cien años. Pedro Infante.
La escuché por primera vez a los 14 años, viendo la película. Se me hicieron agüita mis calzones. Pensé que así debía sentirse la melancolía toda. El amor todo. Pensé también, que si a Pedro Infante lo podían traer arrastrando de tan fea forma las sábanas, nada podría hacer yo -a mis 14- con la ingrata de la Tania, que se empecinaba en pasar de mi lado sin siquiera voltear. Sigo solicitándosela a cada trío, mariachi y vieneviene que se me arrejunte. Qué fuerte, amenazar a alguien con quererla cien años. Vaya desastre.
3. Bachata rosa. Juan Luis Guerra.
Una bachata inspirada en Neruda. La escuché tanto en mi infancia que me senté -un buen día- y escribí esto:
Podría venir con estrofas de poesía como escudo,
y de espada, una rosa desnuda tendida en el camino.
Y talvez podría intentar alcanzar el punto más oscuro,
y perseguir la luna mas lejana.
Podría perder mi vida encontrando el verbo que te describa,
y embriagar mis nervios con el recuerdo de tu voz.
Desprender un ramo de nubes para entregártelas en un suspiro,
y de tus ojos pintar montañas, y trazar océanos mojados de tu olor.
Dibujar constelaciones con la silueta de tu cuerpo,
sostener el viento con mis manos, liberar los colores,
conversar con el ocaso, naufragar en tus labios
hasta vagar por tu vientre.
Podría anclarme en mis lágrimas hasta secarme,
y aletear con la noche en un eclipse eterno;
pero todo lo que ofrezco es mi ceño fruncido y mis párpados caídos,
mi soledad entera, mis mejillas robustas, mis manos envueltas en caricia,
el beso más nocivo, una canción silente, un segundo en mi mente.
Te regalo mis tardes y todo un otoño,
mis sueños bajo la almohada,
el licor de mi pelo y el sabor de mi voz.
Te entrego todo lo que he sido bañado con la tinta de mis venas,
y el eco de un amor.
Tenía 15 años. Jamás volví a escribir con tanta claridad. Gracias Juan Luis.
4. Yo no me sentaría en tu mesa. Los Fabulosos Cadillacs.
Pues porque son los Cadillacs, y es el resumen de mi adolescencia toda. Esta es la de los amigos. La de las idas a la playa con 200 pesos en la bolsa y un par de sacos de dormir. La del slam y los conciertos gratuitos en las plazas de Guadalajara. Con esta nos graduamos y nos hicimos viejos. Con esta nos iremos también. Espero.
5. Sympathy for the devil. The Rolling Stones.
Ya lo he dicho un par de veces pero lo repito: en la discusión Beatles o Rollings acá nunca ha habido duda: Stones baby. Debo reconocer que mi primer calambrito musical lo tuve con ese solo de Richards a mitad de la canción. Me pone la sangre caliente. Me calienta la vida. Con los Stones descubrí a Zepellin y a Muddy Waters y Clapton y Chuck Berry, y me enteré que lo mío lo mío sería el blues. Vaya vaya. Pleased to met you.
6. God only knows. The Beach Boys.
Ésta de acá me curó de lo incurable. Me curó la soledad. La pérdida. Me sanó con su letra tan apocalíptica. Tan mayúscula: «God only knows what I’d be without you», y pues, cómo preguntarle ¿no?. Al final la respuesta está también ahí, en la segunda estrofa: «If you should ever leave me… life would still go on, believe me.» Enorme consuelo.
7. Te doy una canción. Silvio Rodríguez.
Ésta es culpa de mi madre, que nos metió a Silvio desde el biberón. Jamás he encontrado el valor de dedicarla a alguien. Me hace sentir indefenso. Expuesto. Es el huracán de todas las canciones jamás hechas. Es todo lo que se le debería decir a una mujer alguna vez en la vida. No hay –además- analogía más perfecta, más precisa: ver a tu mujer como tu patria. Como tu tierra. Tu guerra. Tu discurso.
8. Edge of desire. John Mayer.
Ya dije que lo mío era el blues. Quien me conozca sabe que lo llevo a niveles insoportables. Que para todo pongo a Albert King o a John Lee Hooker. Y que también, ante la duda, me saco siempre el en vivo de John Mayer: Where the light is. Ahí lo descubrí como notable blusero. Y me ganó para siempre. Después lo vi tocando con B.B. King, Derek Trucks, Clapton y Buddy Guy y pues, le agarré tanto cariño. Esta de acá no es la más blusera, pero sí la más afrodisíaca. La más honda. Nada como una letra abismal para avivar las ideas: «I want you so bad I’ll go back on the things I believe…» pues eso, todos somos unos fáciles.
9. Me quedo contigo. Manu Chao.
Ésta se me ha antojado siempre para ser la canción de mi boda (denme unos güisquis a mitad de la noche y cuento siempre la historia). Nada más fraternal que terminar una boda en medio de un slam. Mis padres y los suyos, brincando y coreando: si me das a elegir, me quedo contigo. Éxito de Los Chunguitos en tempo de Manu Chao. Vamos viendo.
10. Cinema Paradiso. Ennio Morricone.
No es canción -como tal- sino banda sonora. De la película esa que me revienta las emociones. Todas. También culpa de mi madre, que nos la metió (la película) como gerber, en tiempos donde deberíamos haber visto Bambi o La Risa en Vacaciones. Fuimos víctimas de la nostalgia a temprana edad. Mi hermano la usó como tema para su boda. Mi hermana amenaza con lo mismo –aunque habría que conseguir novio primero, me parece-. Yo no quisiera usarla para nada, porque me revienta las emociones. Y no hay nada de bueno en eso. Recién compré de nuevo la película, y es como si aquel niño de escasos 10 años, que agarrado a su sillón, descubrió lo que es la melancolía en una melodía de Morricone, no se hubiera ido nunca. Sigo creyendo que son esos 3 minutos finales, el epítome de la vida toda.
Mención honorífica para Purple Rain de Prince, Rocket Man de Elton John, El Triste de José José, Volver de Gardel, Tuyo Siempre de Calamaro, The Times They Are Changing de Bob Dylan, Run Run Run de Velvet Underground, My Winding Wheel de Ryan Adams, Re: Stacks de Bon Iver, Green Eyes de Coldplay, Mundo Raro con la Vargas y cualquier cosita que me pongan de Sinatra o Chente pasada la noche (pero así más más: Amor de los Dos).
Bonus Track.
El pilón de mi vida sería ésta, la primer canción que atinó en dedicarme mi mujer. Me tuvo de rodillas al segundo tres. Sigo sin poder levantarme. Que sí, que soy un fácil.
Sayonara, 2016.
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