Como pocas. Uno a veces se levanta sabiendo lo que tiene que hacer. Donde poner la ropa sucia. Donde guardar la despensa. Donde acomodar el coche. Donde apuntar y tirar del gatillo. Pocas porque pues, la vida es así de violenta: un manojo de incertidumbres, de porqués y paraqués. La vida entera es un qué chingados hago aquí. A veces -ya en confesión- pues no. Y es todo lo contrario. A veces la vida también es mucho: puta qué rico.
El recuento.
Vamos por los 31. No es que uno traiga prisa o que urja llegar. Pero digamos que con la edad vienen los recuentos y las ganas de hacer memoria. Con la vida vienen –también- las ganas de seguir viviendo. De no parar. De seguir andando.
La perspectiva.
Dicta ese refrán, tan locuaz y mortero, que todo depende del cristal con que se mira. El relativismo trágico de la vida. Vaya drama. Será entonces que la vida (y nuestros universos) no son por sí mismos algo real o de facto, son por el contrario, reflejo de nosotros, de nuestros cristales perceptivos con que los miramos ¿algo así, no?. La vida es entonces lo que nosotros decidimos que es. Y nada más –nada menos-.
Diré que siempre fui -he sido, y seré- mas devoto de Russell que de Nietzsche en estos aspectos existenciales de lo que es y no es. Creo y creeré, por las eternidades, que a la vida le importa un carajo lo que se percibe de ella. Es más, a la vida le importa un carajo si hay alguien ahí percibiéndola o –para efectos más prácticos- viviéndola. A la vida le importa un carajo si hay alguien ahí viviéndola -uff, esta sí que es frase-. La vida es. Punto. Sin percepciones, ni yuxtaposiciones, ni humanizaciones, ni nada. La vida es más que los humanos que la vivimos, y que, con alevosía, pretendemos acaparar para nosotros mismos.
Sí, ya me puse mamón. Vamos parándole. Quería yo decir que muy a pesar de lo que es la vida, y que a pesar de nosotros, nuestras realidades, esas tan incomprensibles y manifiestas, para bien o para mal, son todo lo que tenemos. Será quizá lo único (los masallásestán por verse). Será quizá que ya sea estando de pie o tirado en el piso, la vida se puede/debe disfrutar. Y que esa es la única lógica posible. Vamos abrazando ese cristal: el del pragmatismo. La vida se tiene que disfrutar. Sin reparos. Punto.
No hay mejor perspectiva que esa. La del maldito gusto.
¿Lo mejor del año?
Aún no lo decido, pero este Marzo se está llevando muchas palmas. Aquél último Diciembre claro que sí, y aquella misiva posfechada. ¿Será que me lo guardo?. Sí, mejor me lo guardo.
Lo peor.
No hay peores, ni arrepentimientos, ni mariconerías. No soy de esos.
Lo nuevo.
Un trío de tatuajes conmemorativos. Y contando.
La pérdida.
Después de 2 años de incontables puestas -e inenarrables batallas- mis Ray Ban, tan inseparables como necesarios, se han ido. Murieron en buenas manos. Ese es el consuelo.
Lo memorable.
La boda de este. Que no obstante su precaria edad y su orden cronológico (último al bat), siempre ha tenido más prisa por llegar que cualquiera de nosotros. Pronto nos hará tíos, y eso ya es mucho. Demasiada celebración por venir.
La frase.
Cuando uno embona, pues embona. (Ipse dixit).
La canción.
Esta de acá:
La película.
Mucho Boyhood, mucho Birdman pero nah. Acá siempre Nolan y su Interestelar, qué más.
La lectura.
Me tardó en llegar. Tarde llegó. Pero llegó. No se vaya usted sin darle un vistazo (click al «vistazo»).
Y ya si se agachó, aproveche el vuelo y échese de una vez esta (click a “de una vez esta») que también viene al caso, mucho. ¿Será que nos apuntamos?, ¿Será que también pasamos como esos “medios libres”?, ¿Será?…
El descubrimiento.
Este año descubrí que también me gustan los tenis. Dejé las botas un ratito. Vaya drama, este sí.
La nostalgia.
Esa no cambia. Ahí en su lugar de siempre. Esperemos no cambie.
La puritita verdad.
No tener casa. Andar de aquí para allá. Es tan pinche liberador. Andar aquí y luego allá. Eso.
El resumen final.
Sigo odiando Instagram y a su gente. No hay terapia que me cure. No quiero ver a nadie comiendo nada nunca. Espero cambiar eso este año. Ser mejor tipo.
Palabra nueva del año.
(adj.) Petarda. Dícese de una fémina fastidiosa o pesada, pero que mola mucho (énfasis en el “mucho”). Aún no la utilizo en el masculino.
El colofón.
No deje usté para mañana lo que puede dejar para pasado mañana. ¡Qué puta prisa hombre!
Vamos destapando otra cervecita.
Vamos viendo si el día pinta. Si el año pinta. Si pintamos.
Eso, vamos viendo. No se mueva usté, mejor. Qué tal que sí pintamos.
Para qué le movemos carajo.
¿Otra cervecita?
¡Salud!
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