No es mucho -ni es poco- decir que todos estos años me había yo rehusado al “teléfono inteligente” (sic). Al “traiga usted su vida consigo para todos lados”. Siempre me había dado el mérito absurdo de no rendirle cuentas a nadie, ni a mi mismo. Ahí andaba yo por la vida siendo así como libre, y siendo renuente a que la gente se enterara dónde estaba y con quién o qué estaba yo comiendo. Siendo, básicamente, una incógnita.
Pero más que nada, ahí andaba yo por la vida siendo fiel a esta idea imperecedera de que la vida se documenta empíricamente, esto es, a la antigüita. Siempre fiel al método científico. A que la vida se debe documentar y validar desde la observación y la medición, desde la experimentación. Si ya lo decía Descartes. Verá, siempre he creído que las cosas así platicadas son tan grises. Hay que ir uno a tocarlas, y olerlas, y verlas por sí mismo. Pero con sus ojos de uno, y sus manos, y sus narices. Ese es el método científico pues: oler uno con su nariz las putas cosas.
Siendo el escéptico que soy, siempre fui seguidor de la idea esa súper conspiratoria-capitalista-y-cursi de que los “teléfonos inteligentes” nos limitan la experiencia, y nos alienan, y nos joden, y nos filtran eso que debería ser tan «puro» y «natural» y muy «orgánico» y «humano» (claro está), y no sé qué tantas cosas más. Vaya drama. Putos iPhones.
Ya estando así en reflexión -y viejo- uno termina por comprometer sus ideales. Por dejarlos a un lado. Sí, por venderlos al mejor postor. La vida es bien padre porque nunca nos juzga. Entonces, volviendo al tema, he vendido mis ideales. No es que haya dejado de creer nada de lo dicho. La vida se estropea cuando tienes un celular enfrente filtrando y jodiéndote el universo con notificaciones. Pero, ¿qué puede hacer uno contra el mundo?. Nada. Déjense de cosas.
Siempre he sentido una especie de lástima afectiva por aquellos que viven su vida para documentarla en Facebook, para acreditarla en Instagram. Aquellos que viven por la aprobación de los otros. Que no soportan el olvido. La desatención. El anonimato. Esos que pasan la vida buscando el aplauso ajeno. La popularidad efímera. Esos que viven para otros. Nada, una lástima. Qué más. Quiéranse tantito, carajo.
*Dice aquella reflexión Platónica: si fui al gimnasio y no subí una fotografía mía frente al espejo, ¿realmente fui al gimnasio?.
Me da miedo ser un zombie. De esos que caminan por el mundo viendo la pantalla de un celular. De esos que dejan de mirar el mundo. Me da miedo dejar de mirar el mundo. Dejar de oler las cosas e ignorarlas. Me da miedo ignorar a una mujer en falda pasando por la calle. O perderme un partido de futbol. O perderle el respeto a la sobremesa -siempre he creído que en la sobremesa se le agarra cariño a la vida, a los demás, a nosotros-. Me da terror perder detalle de la vida. Dejarla pasar. Dejarnos pasar.
Me dice(n) que ya soy ese zombie, y un poco insoportable. Y he de confesar mi adicción por los memes y los grupos en guatsap. Me da una satisfacción anti-evolutiva (de que siento que involuciono hacía el Homo Habilis del pleistoceno cuando me pasa) cada que escucho el timbre de un mensaje nuevo. He renacido envuelto en memes de gatos enojados y videos de señoras gritándonos que nos vayamos a pistear porque ya es Viernes. Sí, generación del año 2265 (después de Cristo) les estoy hablando a ustedes, verán, en el año 2015 desarrollamos la capacidad tecnológica suficiente para intercambiar fotos de gatos. Háganle como quieran. ¿Ustedes qué? ¿Les dejamos la bara muy alta? Me urge ver la comparación histórica generacional. ¿Cómo nos juzgarán? ¿Para qué usarán ustedes la tecnología?. Qué nervios. Me da no sé qué.
Sin embargo, siendo el insoportable que ahora me dicen soy, se ha llegado a un acuerdo –en mejora de la especie, claro está-. Ella ha prometido no dejar de darme (¿las?) esos beligerantes besos a los que me ha acostumbrado, y colgarse de mi en cada oportunidad. Y a cambio, yo he prometido dejar (¿los?) el “móvil” en casa cada que salgamos, y no dejarnos pasar. Vamos viendo.
Posdata.
Si usté es víctima de mi nuevo modus operandi o mode de vie y siente que le falto al respeto no prestándole la atención necesaria, debida y prometida por estar pegado a una pantalla, siéntase libre de darme el putazo que ciertamente merezco.
Sin piedad.
Postada exclusiva.
Esto de acá es para mi hermana –que nada más no da una con los güeyes- (si usté no es mi hermana, hágame el favor de retirarse):
Verás, esto de los hombres y las mujeres y las relaciones, y claro, el amor, sigue siendo territorio inexplorable. Seguimos sin saber nada y entender cada día menos. Seguimos creyendo que algún día un hombre y una mujer lo comenzaron todo. -Yo sigo dándole crédito a los dinosaurios, y a las primeras formaciones unicelulares que crearon este desastre-. Seguimos creyendo que la vida es magia, y que hemos venido –todos- a tirar los días con alguien al lado.
No te voy a mentir, la mitad de eso es cierto. Pero la otra mitad, esa que nadie quiere escuchar nunca, es que las parejas se encuentran a sí mismas de la forma más inesperada y aleatoria. Así nomás sin teorías que las expliquen. Sin caminos que se sigan. Sin recetas. Uno va por la vida y de repente las cosas le salen bien, más de las veces no salen, y todo es un desastre. Así de fácil. La cosa es que uno no puede enojarse con la vida porque es perder el tiempo. Así que, sin enojos, ni reclamos, ni resentimientos, que la vida son 2 putos días y ya está. No hay tiempo.
Uno debe aprender que la prisa nos hace a veces tomar atajos y querer cortar el tramo. Y cometer errores. Y confundir amor con ratos. Y ahí va uno creyendo que todo es amor y que todo es para siempre, y que todo es un soplido. Uno a veces por las prisas de querer un hombro para recostarse en el cine, termina confundiendo amor con eso: tardes de cine. Y vamos, que no es lo mismo. Uno a veces por las prisas termina confundiéndolo todo y se estropea la vida.
Así que, vámonos con calma. Que a la vida hay que darle su tiempo para hacer lo suyo. La vida se cocina sola. Y no olvides que también la vida es una batalla larga, y que gana el que menos apuro tiene. El que se queda y da pelea. Y levanta la cara. Y no olvida reír. Porque, entiéndase esto: encontrar amor es encontrar risa. Encontrar con quién reír.
Apunta esto: encontrar con quién reír.
Ya estuvo.
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