Para que todo el universo (que eres tú) quepa en este par de líneas huecas habría primero que eliminar todo aquello que pudiera sobrar. Mi melón. Nada en ti sobra. Ni las rabietas, ni las caras largas, ni los Domingos malos. Nada. Esto es lo primero -y último- que me gustaría entendieras: nada en ti (ni en nosotros) sobra.
Ya hace algunas copas de Lambrusco de aquella carta y aquel primer cumpleaños (tuyo) mío. Las cosas siguen igual. Con las mismas ganas de hacerte los desayunos. De terminar juntos los días. De llenar de estampas el pasaporte. De sentarse a dejar escurrir las tardes en la habitación. De echar semilla. Y de comernos Netflix juntos.
Verás –por aquello de los Domingos malos- que no hay que asustarse de los días difíciles, que también son días. Y también son vida. Y también son piezas del rompecabezas. Hay que aprender a abrazar también los días difíciles. Sino, ¿qué sentido tendría todo?. La vida está hecha de dulce y sal. De frío y calor. De noche y día. De canciones para bailar y (aquellas) para tomarse el café. Vamos abrazando todas las melodías. Siempre.
Vamos siendo eso que hemos sido hasta hoy. Esa conjunción absurda de tus necedades con las mías. Vamos no dejando de ser nunca eso. Tu cara al final del día. Nuestros encuentros en el sillón. Ese primer café. Nuestras duchas (sí, nuestras duchas). Tus historias del trabajo. Mis quejas de siempre. Nuestras peleas tontas. Ese primer beso del día. Eso. Vamos siendo siempre ese primer beso del día. Anda.
No hay atajos en esta vida mi amor, ¿quién los necesita?. Llegar significa haber caminado. No hay más. ¿A dónde se puede llegar?. Eso es lo que quiero yo contigo. Caminar. Haber caminado juntos. Diré que hasta el momento lo he disfrutado. Nos he disfrutado. ¿Mi momento favorito? aquella última noche en Amsterdam, ahí sentados (exhaustos y sin querer más) en esa banca en pijamas, a la orilla del río y con un par de cervezas. No me preguntes por qué.
Diré también que lo nuestro me ha llegado como explicación de todo. Que un día llegaste y todo tuvo sentido: el pasado (sí, carajo, el pasado), los colores, las ganas, el camino recorrido, la vida –y eso que hace uno con ella-, los mañanas y el rumbo, el resto, todo ha quedado explicado. Tu llegada ha sido una respuesta directa. Me parece.
Habrá días en los que olvide recordarte todo esto. Habrá días ordinarios en los que parecerá que solo hemos ido al cine, o hecho las compras de la casa, pagado las cuentas, o haber regresado del trabajo. Habrá días ordinarios en los que olvide decirte que eres las mujer de mi vida. Perdón por eso, melón. Pero es que la vida es también –más de las veces- un molino de viento. Una rueda que gira indistintamente. Y a veces nos quedamos atrapados ahí, girando. Y nos olvidamos de vivir. Olvidamos estar vivos.
Pero es, en la salvación de nuestras noches, al final del día en nuestra (imprescindible e interminable) cama, con mis brazos sobre ti y tus piernas encimadas en mi, con tu voz de niña pequeña exigiendo beso y tus suspiros en mi pecho, con tu lista infinita de regaños y mis incansables ganas de olerte: que despierto de ese olvido. Para ver que mi vida es esto. Respirarte al final de los días. Y recordar que estoy vivo. Que quererte es estar vivo.
No dejes que nunca nadie lo ponga en duda.
Feliz cumpleaños, mi melón.
P.D. En aquellos días malos, cuando insistes en odiarme y regañarme sin medida, recuerda que siempre ha habido un chocolate en mi mano (para ti) al regresar de cualquier sitio. Verás como eso te calma mi vida.
Y recuerda también, que soy un tanto torpe. Que me cuesta ver la vida como los demás (tanto). Que soy un manojo de errores -más de las veces-, y que siempre se me olvidan las cosas. Pero, los chocolates mi amor. ¡Los chocolates!.
Te quiero.
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