Pues la vida es esto: hacer camino, tomar decisiones, cosechar. Amar a una mujer, querer amarla para siempre. Será que a eso hemos venido todos, a cosechar.
Tarde o temprano decidimos hacer camino. Los hombres -y será también la humanidad- tendemos a diambular como manecillas sin tiempo ni espacio, sin rumbo. Hay pocas decisiones de las que el hombre puede estar orgulloso (pero esa discusión la dejaremos para otro día). Hoy te casas y haces camino propio hermano. Y de eso ya podrás estar orgulloso: de hacer tu propio camino.
No hay mujer buena ni correcta -me gustaría que lo supieras- como tampoco lo hay hombre idóneo o acertado. No hay parejas hechas el uno para el otro. Hay, eso sí, arrojo. Ganas inmensas de creer que hemos venido a este mundo para estar con alguien. Ganas de apostar. Pero es que eso es el hombre hermano: querer apostar por alguien. Y has apostado bien. Vaya que has apostado bien.
Yo no traigo consejos ni ideas absolutas, ni trazos sobre la vida. Es que, verás, esa es la belleza de caminar tu propio camino, de sudarlo, de rodarlo. Yo traigo solo esto que me sabe a mi tan bien, que me emancipa: palabras.
Venga, está bien, el primer consejo: no los tomen, no escuchen, solo sean, existan. Confien en ese arrojo que los une y los unió. Que los sostiene. No se pierdan. No existen recetas para no perderse -y si las existen no las conozco-, solo sé que el camino a casa es el mejor de los caminos. Que es liberador. Sean eso, camino. Si se pierden, regresen siempre a casa.
Hay mucho de papá en ti, y de tío Luis y tío Marcos (como debería haber más tío Luis y tío Marcos en todos nosotros, creo) y hay mucho de Mamá, pero por más que le doy vueltas: hay mucho del abuelo en ti. Hay mucho Tata. Impulsivo, terco, testarudo y de corazón inmenso. Honesto. Eso ya es la mitad del camino recorrido hermano, y no sé porque me da tanta paz.
Se buen hombre -he ahí la única receta-. Se papá, se tío Luis, tío Joche, tío Marcos, tío Victor, tío José, y tío Paco. Se el abuelo, que nos llevó siempre a todos lados -aún en su cansancio y en sus dolores-, y que siempre estuvo (porque a veces simplemente es suficiente con estar) con sus interminables historias del Discovery Channel y sus pasajes sobre la Biblia, y sus cabellos chinos. Y su honradez, se su honradez, y también su humildad.
No dejes de ser nunca ese testarudo y latoso Tata que nos unifica, que nos une. Porque, ¿sabes? deberías ver tú una casa si ti para entender la falta que haces cuando no estás. La vida que aportas. Dos hombres secos y mudos (como papá y yo) y dos mujeres histéricas (como mamá y tu hermana) jamás han sido el alma de ninguna fiesta -quizá mamá sí, pero no le digas-. Pero es que siempre serás eso: nuestra fiesta, nuestra risa, nuestra alma. Nunca aprendimos a tener sentido del humor (por lo menos no uno bueno), y la casa es mucho silencio cuando no estás. No dejes de estar.
Carena (cuñis) no te dejes nunca. No pienses por ningún segundo que no aplaudimos el esfuerzo inmenso que haces (y has hecho) día con día. Créenos, lo sabemos. Es tu turno, sí. Pero ahora también eres nuestra, para querer y atrincherar. Para amar. Para hacerte nuestra. Recuerda siempre que fuimos expertos en darle batalla a él, y que también podemos estar de tu lado. Nuestro equipo son ustedes.
Estoy que me subo al avión pues, para ir a su boda. No tengo traje aún, ni alcancé a cortarme el pelo, ni los zapatos están en la maleta, y tampoco lavé la ropa. Pero sé que será un buen día.
Hay carreras que valen la pena correrse, mucho. Quizá la mejor de todas, es esta que se corre de la mano de una mujer.
Buen camino.
Los quiere, su hermano.
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