A propósito del año que termina, un breviario bastante conciso con las cosas aprendidas este 2020. A ello:
La humanidad es de cristal.
Recién leía un artículo en el periódico sobre una nueva teoría de la NASA (basada en la “ecuación de Drake”) que habla de la alta probabilidad de que otras especies inteligentes hubieran habitado la propia Vía Láctea, pero ¡hace más de 5 mil millones de años! Esto es, que todas ellas han sido ya extintas, por lo que nuestra galaxia lo mismo podría ser un cementerio de extraterrestres muertos. La teoría plantea que la sobrepoblación de las mismas, además de su progreso tecnológico, podrían haber sido su aporema. Vaya paradoja, sí. El progreso y el intelecto es un arma de doble filo, aparentemente.
Lo cierto es que este año nos ha dejado una cosa clara, además de infinidad de teorías de la conspiración: el humano se muere con facilidad, se organiza con deficiencia, y es incapaz de priorizar. Ya no digamos de luchar por un bien común: ¡su supervivencia! Vistas las cosas este 2020, me parece un milagro en sí mismo que hayamos llegado tan lejos como especie. Una gripa (sí, una gripa) nos ha puesto de rodillas y nos ha desnudado frente al universo. Frente a la realidad y la existencia. El absurdo es que aun con todo, habrán muerto 10 veces más personas por hambre este año que por coronavirus. En este sitio llevan la cuenta, yo ya lo he puesto como página de inicio y como recordatorio firme de todo eso que aún no somos, ni -me parece- pretendemos ser: nuestra propia solución.
Los muertos este año por coronavirus en el mundo serán casi los mismos que por accidentes automovilísticos, o por uso de drogas, o (fíjese usted) por ¡suicidios! (casi 1 millón de personas acaban con su vida anualmente) así, sin coronavirus ni nada. Lo cierto es que esas otras pandemias (la hambruna, la negligencia, la desigualdad o la soledad) necesitan mejores publicistas. Hay una brecha cada vez más ancha, cada vez más cruenta, entre lo que el hombre piensa de sí mismo y la realidad que nos alcanza. Los articulistas del mundo se han puesto muy alarmistas. No comprenden tanta desorganización ni tanta ineptitud civilizatoria. Yo la verdad encuentro ofensivo tanto alarme, pero vamos a ver, que ni siquiera hemos logrado ponernos de acuerdo para darnos de comer todos, ¿qué más podía pasar con una gripe planetaria? ¿había otra salida?.
En fin, a lo mejor allá por el año seis mil billones A.D.N.C. (antes de nuestro cristo), en las cercanías del sistema planetario Kepler-16b, alguna civilización extraterrestre logró el avance tecnológico suficiente como para dominar su galaxia y a su entorno. Pero, en algún momento de su evolución cognoscitiva, decidieron enfocar todos sus esfuerzos intelectuales en desarrollar teléfonos móviles minúsculos y con cámaras ultrasónicas para tomarse fotos frente al espejo, y (por qué no) para tomarles fotos también a sus comidas. Y entonces todo se les fue a la mierda. Vaya usté a saber.
Libros inconclusos.
Este año, como ningún otro, me ha dado por comenzar a leer un montón de libros que nomás no termino. Se me ha hecho hábito. Acá la lista: A propósito de nada, autobiografía, de Woody Allen; Una novela criminal de Jorge Volpi; El traidor de Anabel Hernández; además del último de la saga de Carlos Ruiz Zafón (quién, coincidentemente, ha muerto este año). Me da la impresión de que ya nada me emociona. Por lo menos no de una forma agitante vaya. La última vez que recuerdo sostener la respiración con angustia, y con pasión aferrarme al respaldo del sillón, fue cuando de la nada, ante la muerte inminente de Bran Stark a manos del Rey de la Noche -quien lentamente desenfundaba su espada para degollarle- aparecía por los aires, con una daga en la mano y disfrazada de caminante muerto, la verdadera heroína de la puta serie: Arya Stark. Fue ese el climax de mi vida. Ya todo lo demás es meramente anecdótico. Para qué buscarle.
El pollo a la naranja.
He descubierto una afición escondida por la gastronomía gourmet. Se lo debo en gran medida a Masterchef Celebrity en su edición España (por TVE), y, debo decir, al entrañable Boris Izaguirre, periodista venezolano del cotilleo y la farándula radicado en la madre patria que me conquistó desde el episodio 1 cuando a gritos desarmaba un faisán emplumado. Lo cierto es que me he vuelto un tanto obsesionado con el programita este donde tres chefs de alto prestigio se ponen a gritarle a un par de estrellitas ordinarias que no sirven para hervir un huevo pochado. ¡Una maravilla! El tema es que, aprovechando los días en casa y la nueva visión culinaria mía, me he puesto a cocinar mucho. Yo ya dominaba el arte de la parrilla y el carbón desde mis tiempos de adolescencia (faltaba más, vamos a ver, que soy de Hermosillo) y en mi casa se cocina religiosamente carne asada todos los Domingos de la semana (pregunte usted). Pero este año me he metido a la cocina como ningún otro, y he atinado con una receta de pollo rebozado a la naranja con jengibre, ajo, cebollín picado y arroz blanco que me ha catapultado al arte culinario con el pie derecho. *P.D. Ando de un mamón con mis gin tonics de los sábados y mis carajillos de los domingos que voy a tener que sacar un recetario coctelero también a la brevedad.
La familia es medicina.
Pues con la novedad de que nos cancelaron el 2020, y pasamos la mitad del año encerrados en nuestra morada (*los que hemos tenido la fortuna, eso decirlo). Fuimos sentenciados a cohabitar una celda de 4×4 con aquellos que se dicen “los nuestros”. Vaya novela de Jane Austen nos hemos armado. No voy a mentir, después de la tercera semana donde nuestros paseos por el parque de la tarde -o dentro de los límites del residencial- eran el momento más excitante del día, hubo un breve periodo de pánico existencial que para qué les cuento. Sin embargo, con los días, aquello de disfrutar el sillón de la sala en exceso entre nosotros (y nadie más) además de las cenas, las comidas, los desayunos, las duchas, el pasapalabra de la tarde, el café de la mañana, los primeros pasos del enano, la tortilla de mamá de los Domingos, las 10 temporadas de Modern Family que regresaron a nuestras vidas, así como los tantos cientos de pañales cambiados durante el año, nos han venido estupendamente. También decirlo. Sí que sí. Que esta pandemia nos ha venido como anillo al dedo para apasionarnos con la familia. Luego entonces, con la vida misma. ¿El top moment del año? Aquel cumpleaños mío con los míos enclaustrado con unas cervezas y un pastel orgánico. No hay más en la vida que eso. No puede haber más.
Ah sí, y ¡mi parrilla nueva!.
Hasta nunca y hasta pronto, 2020.
…
(*Se abre aportación cultura importante, favor de no perder nota).
…
ROMPAN TODO, de Netflix.
¡Ah! El rock, aquello que comenzó en la guitarra de Muddy Waters, que se hizo realidad en la de Chuck Berry, y que se convirtió en explosión universal con los Beatles, pero que los Stones transformaron en religión. Ya vamos para 100 años de eso y los recuentos son más que necesarios. No digo que no.
Aproveché una gripa inmamable el fin de semana pasado para tirarme en la cama y devorarme el documental con el recuento de la historia latinoamericana del rock que se armó Netflix y quería yo hacer unas anotaciones. Más que nada porque el tema me calienta un poquito la sangre. Así que, vayan tomando nota. Primero decir que habría sido bastante pertinente poner en el tagline del título el sesgo argumentativo, algo así como “ROMPAN TODO: La historia del rock en América Latina según Gustavo Santaolalla”. Creo que nos habríamos ahorrado tanta histeria colectiva que he visto publicada por ahí, sobre todo por productores y/o artistas que no quisieron participar y/o que no fueron invitados a la pachanga.
Vamos diciendo un par de verdades. El recuento que se armaron es de ellos, y es la historia y los gustos musicales contada por Santaolalla y sus amigos. Nada de malo ahí. Eso no resta para decir que Gustavo Santaolalla es el productor más prolífico e importante de la historia del rock en español. Háganle como quieran. Es nuestro propio George Martin. Si tuviéramos que hacer un recuento con los 10 mejores discos de rock en español de la historia ¡5 serían de él! Ya está, se dice y no pasa nada. Luego anotar también que Soda Stereo y Café Tacvba son universos de galaxias aparte. Son nuestros Beatles y nuestros Stones. Poner eso en tela de juicio es un tanto absurdo. Es un camino sin salida.
Dicho eso, la contextualización política que le dieron al asunto me pareció de flojera, además de falsa. El movimiento del rock jamás ha estado vinculado con los movimientos políticos del mundo. No me jodan. Ni en inglés ni en español ni en ningún idioma. Todo el teatrito que se armaron para enlazar de alguna forma el movimiento del rock con los contextos políticos de opresión de la América Latina es totalmente falso. El rock no tiene ningún discurso político. Nunca lo ha tenido. ¡Jamás! Ese espacio lo habita la trova. Para efectos prácticos no hay mucha diferencia entre un rock star y un pop star. Seamos serios. Ambos viven en la misma calle del Mulholland Drive. Lo de Avándaro fue un pretexto para el desmadre, la droga y el relajo, nunca para derrocar a ningún sistema. Que no es lo mismo Silvio Rodríguez o Víctor Jara que Fher de Maná o Cerati. Los primeros quisieron cambiar el mundo, los segundos llenar estadios y tener mansiones en Miami. Punto.
Luego, vamos a ver, poner a Los Toreros Muertos como referencia de la influencia que venía de España en los ochenta, pero olvidar mencionar a Duncan Dhu, Los Héroes del Silencio, Hombres G o todo el tema de La Movida madrileña me pareció ridículo. A Los Toreros los escuchábamos para cagarnos un rato de risa, no hay más. Después, a ver, contextualizan en su justa medida aquello que fue MTV en los noventa como el gran escaparate internacional que eso fue, pero cuando en MTV se pusieron a hacer realities con mirreyes y lobukis y se olvidaron de la música, el escaparate lo tomaron los festivales musicales en México, estoy hablando del Vive Latino, el Corona Capital, el Festival Coordenada, el Pal Norte o el 212. Habiendo estado personalmente en todos ellos me parece demencial no haberles dedicado un capítulo entero.
Ciertamente los últimos capítulos de la serie son más que nada una promoción del catálogo de discos producidos por Santaolalla, y es quizá la parte menos seria de todo el documental. Pasan, sin mayor vergüenza, de la semblanza a Los Fabulosos Cadillacs a Bersuit Vergarabat a Juanes para terminar con Julieta Venegas. Sí, todos ellos fueron producidos por Santaolalla, y sintetizan la visión de los productores de lo que fue el rock en español en los noventa y el comienzo del siglo. ¡Vaya estupidez! Dejando fuera del contexto todo aquello que fue la influencia del ska y que dominó las mentes de los jóvenes y adolescentes rebeldes de aquellos días.
Vamos a ver, que hablo en viva voz, Los Fabulosos Cadillacs son (y serán) los eternos dioses de mi generación, pero a un ladito de ellos están Los Pericos, Los Auténticos Decadentes, Panteón Rococó, Salón Victoria, Los Cafres, Mano Negra o Manu Chao. Que sí, a Bersuit lo escuchábamos también, pero jamás a esas dimensiones y nunca por encima de cualquiera de los mencionados. Aquí me gustaría ser tajante, por que hablo por todos aquellos que como yo (y junto a mi) se pararon frente al paraninfo de la Universidad de Guadalajara, o hicieron el viaje hasta el Foro Sol para meterse al slam en medio de La Dosis Perfecta al final de la noche y sin soltar ni derramar el litro de cerveza. Un poquito de respeto por favor.
Para terminar, quisiera hacer mención honorifica a las mujeres que más que olvidadas, fueron negligentemente ignoradas y reducidas a los últimos quince minutos de la serie, y que, además, sintetizaron en la persona de Julieta Venegas y Andrea Echeverri, acaso como las dos únicas exponentes históricas del rock en español. Vaya analfabetismo. Vaya miopía misógina. Aquello de que “la historia la escriben los hombres” ha quedado fiel y amargamente representado. Una disculpa eterna a Cecilia Toussaint, Rita Guerrero de Santa Sabina, Kenny y los eléctricos, Las Ultrasónicas, Alaska, Sara Valenzuela, María Daniela y su Sonido Lasser, Mala Rodríguez, Lila Downs, Natalia Lafourcade o (y aquí me voy a detener un ratito) a la inmensa Ely Guerra, por mencionar solo a algunas.
Ely Guerra y Julieta Venegas son contemporáneas. Comenzaron su carrera al mismo tiempo. Compartieron portadas de revista. Festivales. Escenarios. Elogios. Una fue producida por Santaolalla y se hizo reina de los festivales de música de radio como EXA FM o Los 40 Principales mientras compartía escenario con Paulina Rubio, la otra es una diosa del rock que se compara con Echeverri, Cerati, Vicentico, Emmanuel del Real, Calamaro o Bunbury. Su Sweet & Sour, Hot y Spicy del 2004 es probablemente uno de los mejores discos de los últimos 30 años. Aunque, evidentemente, no fue producido por Gustavo Santaolalla.
Mas menciones honoríficas: Azul Violeta, Los Ángeles Negros, Celso Piña, King Changó, Los Bunker, Hello Seahorse!, Mägo de Oz, Víctimas del Doctor Cerebro, Rata Blanca, La Gusana Ciega, Los Concorde y, claro, Porter.
Ahora sí, con esta me despido:
¡Agur!
Comentarios