Lou no fue ni el mejor ni -mucho menos- el más grande. No será recordado por nadie (ni por la historia ni por los que le amaron) como el “emblemático”. Jamás alcanzó la etiqueta de “símbolo generacional”, por lo menos no por las masas. Lou fue -y en esto sí que estamos de acuerdo todos- el más artista, el más honesto de todos. Fue la semilla que germinó en una camada de virtuosos confundidos con el eclecticismo. Lou Reed no fue escuela, fue –en el más amplio de los términos- una ciencia entera. La religión que todo mundo quería seguir.
No hubo uno solo que no leyera el evangelio-según-Reed, desde Lennon a Jagger desde Bowie a Townshend. Todos aquellos que sí se apropiaron de esa bien nombrada etiqueta generacional, aquellos que sí se hicieron grandes, aquellos que sí renacieron en símbolos, aquellos que la historia sí piensa recordar como sus héroes, fueron todos, fieles devotos a la religión Reed.
Su trascendencia más grande no es ni siquiera su música, esa con la que sedujo al tiempo, no es siquiera tampoco el pedazo de mundo que fue Velvet Underground, ni sus ideas revolucionarias sobre el arte y lo urbano, no es ni Walk on the Wilde Side, ni Heroin, ni Warlhol, ni su interminable –e inmensa- poesía, su verdadera trascendencia habita en su congruencia. En su hermosa lealtad a sí mismo.
Su compromiso fue resistente a toda corriente, a toda moda, a todo tiempo. Lou Reed nos ensenó la más dura de las lecciones, esa que nadie quiere caminar, la más inclemente: la de la integridad. Nos enseñó a ser hombres. Este bisexual –sí, este cabrón bisexual- nos ensenó lo que es un hombre de verdad. Así de fácil.
Que sí, que los aplausos se los llevaron los Lennon, los Bowie, los McCartney, los Dylan, pero es que eso era él, la antítesis del aplauso. A lo mejor y con el tiempo la historia le da un sitio más justo, más honesto.
Lou Reed ha muerto en un tranquilo domingo de Octubre, y con él la mitad de los preceptos del Rock n’ Roll. Fue el hombre que todos no nos atrevemos a ser.
-¿Cómo me mantengo creativo?
-Me masturbo todos los días, ¿de acuerdo?
Sweet (dulcísima) Jane:
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