No voy a mentir, soy un excelente aceptador de regalos. Me forjé bajo la fehaciente idea de que recibir es exponencialmente mejor que dar. Quién diga lo contrario pues da mucha flojera. Que sí, que hay excepciones –nada en esta vida es absoluto-. Claro que hay días hechos para darlo todo, así como personas -a las que pedirles sería antinatural-. Que sí, que a veces los besos que das te dicen más que los que recibes. Y claro que hay mujeres que te arrancan hasta los huesos, que te dejan limpio. Mujeres que emancipan (esas son las mejores).
Sin embargo en el día a día, en la cotidianidad del tiempo, recibir es inmensamente proporcional mejor que cualquier cosa. Nada como un regalo de improvisto –sea lo que sea-, recibir sin expectativas, sin antelación, sin nada. Eso es lo que la vida debería ser: un puñado de aventuras inesperadas. La bonanza perpetua. El bonne chance como mode de vie.
Y pues eso soy –a medias tintas- un tipo dispuesto a todo. A lo que sea y a lo que venga. Ahí –he encontrado con el tiempo- está la mejor manera de disfrutar los días. No sé de fórmulas ni de recetas para la vida -esas suelen estar acompañadas de letras pequeñas bajo el contrato que terminan por joderlo a uno siempre- sin embargo, he encontrado que en la antelación está la angustia. Cuando se es demasiado específico en lo que se quiere se corre el riesgo de no tener nada. De naufragar en la maldita decepción.
He aprendido a no esperar nada y así, esperarlo todo. Sí, también eso le he aprendido a la vida: menos queja y más cerveza. Eso. Pues nada, se nos fue el año y nos ha caído encima la navidad con sus incomodas preguntas: ¿Cómo han salido los planes? ¿Y para el año que entra? ¿Gusta redondear sus 50 centavos? ¿Ganamos más de lo que perdimos? ¿Vamos por buen camino? ¿Podremos?.
Y pues, seamos honestos, quién tiene el tiempo de contestar estos cuestionarios huecos. Nunca he sido partidario de la gente que usas estos días para limpiar el cajón –los cajones-, creo que la sustancia de estos días es la celebración natural. La conmemoración trivial de la vida. Sin razones largas, sin argumentos rebozados. Ser feliz porque sí y ya. Levantar la copa con los tuyos. Nada más, nada menos.
Sobre el año que nos renuncia podría decir muchas cosas pero me las guardo, entre otras razones, porque eso fue lo que le aprendí más. A guardar, a caminar despacio, a entender que la vida es perspectiva. Que hay que aprender a mirar y decir, pero sobre todo, a no decir. Hay que aprender a querer libremente. Ese es el reto.
Este año renuncié a la maldita cultura del Carpe Diem. Tan en boga y tan sobrevalorada. El YOLO tan corriente y axiomático («You Only Live Once» tremenda revelación ¡si, cómo no!), el hágalo ahora y preocúpese después. No más, este año quise aprender una cosa por sobretodas: dejar de abrazar el «hoy» y aprender a abrazar el mañana. Ese tan importante.
Bendito mañana, tanto te compadezco porque te hemos dejado en el olvido, a la deriva de la vida esperándolo todo de ti. Ponemos demasiado peso en tus hombros, porque claro, esos somos y eso hacemos bien: poner el peso en algo más, en alguien más. Aquí terminamos esta dinámica nuestra donde lo espero todo de ti. Hoy me reconcilio contigo, con el porvenir, con los días que están enfrente. Que sí, que esos se construyen, pero vamos, todo lo que vale la pena se construye.
El “vive el momento” ha caducado. Y sí, nos quedó a deber. Caducó el día en que se estampó en cada playera y frase cursi que vemos en Facebook. Caducó el día en que dejamos de apreciar las cosas bien hechas. Las que valen la pena vivirse. Las que se forjan con sudor. Las que se disfrutan para siempre. Atrás quedaron los amantes de lo bueno, los que se toman el tiempo antes de correr. Hoy todo es este maldito Carpe Diem que devora y arremete contra nosotros mismos. Pues nada, qué esperábamos, hoy todos somos eyaculadores precoces de la vida. Así de fácil y así de roto.
Volver a la bases, es siempre, una idea sensata. Vamos regresando a esa parte de la historia humana donde se reflexionaba antes y se hablaba después. Vamos también a reaprender lo que es mirar (mirarnos). Vamos aprendiendo de una vez por todas que no hay nada más hermoso en esta vida que la entrega, el tomarse el tiempo para hacer las cosas. Para construirnos y caminar. Los momentos terminan, pero los mañanas, esos siguen llegando. Uno tras otro. Vamos abrazando el hoy, sí, pero vamos abrazando también esos mañanas, todos los mañanas.
Sé que aún hay cosas por decir (te) –siempre habrá cosas por decir- y otras tantas por guardar, pero hay tiempo -uno siempre supone eso- para rasgar los días, para trazar el camino, para construirnos.
Ahora sí, mi lista sumamente «específica» de regalos. Los imprescindibles:
-Tú (sí, te pediré siempre, Candice):
Sean buenos
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