A propósito de recuentos y recuerdos. Ya hace algunos ayeres de esto: Las 10 principales, un repaso personal con las canciones de mi vida. Las canciones que no suelto y que llevo a todos sitios. Que me definen, entre otras cosas, como un tipo ambiguo e inestable. Si es que siempre lo he sabido.
En fin, aprovechando la sonoridad de este nuevo año, y con el beneplácito de los presentes, vengo aquí a presentar mi Lado B. Las canciones aquellas que se quedaron fuera del corte. Que no dieron el ancho, pero que igualmente rezumban y laceran. Son los gustos culposos los que verdaderamente nos definen. Somos aquello que dejamos fuera. Aquello que omitimos decir de nosotros, lo dice todo. Creo mucho en eso.
Toda lista siempre tiene un Lado B. Vamos a ello.
1. Re: Stacks. Bon Iver.
Me duele decir que conocí a Bon Iver demasiado tarde. No recuerdo el día preciso, pero sí que fue durante mi breve estancia en Chiapas (allá por el dos mil doce). Con su Blood Bank, canción que me abrió las venas. Sin embargo, fue esta de acá, la que alguna vez utilicé como fondo (soundtrack) para una narración personal de mi vida (en mi diplomado de cine documental). Everardo González (quizá el mejor documentalista en México) nos había dejado de tarea hacer un video autobiográfico con tres minutos de duración. En el video sonaba esta canción, mientras la cámara desenfocaba a la distancia Las flores del mal de Baudelaire, y mi cigarro se consumía en el cenicero, junto a una fotografía vieja (y perfecta) de mi madre, quien me llevaba en brazos. Fue, en ese momento, el epítome perfecto de mi vida. Quizá siempre lo sea. Everardo vio en ese video a alguien con muchos más años encima, me dijo: “Pensé que serías más viejo. Viendo el video, y ahora que te veo a ti, imaginé a una persona mucho mayor. No a un joven. Gracias por el rayo de nostalgia.” Creo que Everardo vio en mi una profundidad falsa. Yo lo único que pensaba en ese momento (con coraje), era en haber realizado un video como el de mis compañeros de clase: alegres, simpáticos, ligero, con risas de fondo, con mucho humor. Sigo creyendo que debí hacer otro video.
Hoy Bon Iver es quizá la banda más fundamental en mi vida, porque suele ser el fondo musical que utilizo cuando escribo. Bon Iver es la música con la que escribo. Y eso ya es mucho decir.
2. Rocket Man. Elton John.
La canción suena como fondo en el episodio final de una de las series que también me definen: Californication. Mientras Hank Moody lee su carta intentando convencer a Karen (su mujer), de no irse: “As a guy who loves a girl I realized there is no such thing, there is no sunset, there is just “now”, and there is just the two of us, which can be scary fucking ugly sometimes…” Hank termina convencido de que la única razón suficiente para luchar por su mujer (y su vida) es la imperfección misma. La historia de las parejas es también la historia de la humanidad: un río de aciertos y desaciertos que convergen en una sola realidad: las ganas de estar con alguien. La vida, la mayor de las veces, simplemente es querer tomar a alguien de la mano. Sin más. Hank lo resume mejor: “The history of us, how the fuck do I sum it up? Has it been perfect? Hardly… But here is what I know for sure. Our time in the sun has been a thing of absolute fucking beauty…”
Pues eso. “Until the fucking wheels come off, baby.”
3. My Winding Wheel. Ryan Adams.
Hace algunos años Ryan Adams lo mismo se codeaba con Dylan, Cohen, Young, Springsteen. Si me preguntan (y espero me pregunten) diré que siempre he creído que está a la altura. Quizá el tipo más hondo de su generación. Aunque hoy todo se le ha ido un poco a la mierda. Lástima. Su Hearthbreaker del año dosmil me acompañó mucho en la universidad. Y me acompañó mucho porque veía en él una idea muy clara de la vida: sentarse a escribir es decirse las cosas sin rodeos. Al grano. Esta canción lo mismo podría ser un poema de Whitman, y nadie diría nada. Me abrió mucho las ideas, y las ganas de decir las cosas también de una forma distinta. Por extraño que suene, la canción la tengo dentro mi playlist para hacer ejercicio. No me pregunte porqué.
4. Quiero Ver. Café Tacuba.
Porque me sintetiza y me describe como ninguna. Las canciones le deben hervir a uno la sangre. Y eso hace esta. Calentar. Emocionar. Explotar. Acompañado de unas inmensas ganas de mover el cuerpecito. Se la dediqué a mi mujer al segundo día después de conocerla. Lo que había comenzado como una breve salida de copas para conocernos, terminó con nosotros enrollados y pasando mas de veinticuatro horas juntos en nuestra primera cita. Al día siguiente ya le estaba yo diciendo que le quería ver la risa por el resto de mis días. Vaya drama.
5. Purple Rain. Prince.
Una obviedad, lo sé. Pero vamos, hacer una lista de canciones sin Prince sería como partir un árbol en tres. Recuerdo alguna madrugada lejana en que Purple Rain (la película) me apareció en la pantalla de mi habitación. El sol comenzaba a asomarse por la ventana, y yo apenas podía mantener los ojos abiertos, pero aquella visión morada llena de situaciones bizarras y diálogos absurdos me parecían lo más bonito que había visto en mucho tiempo. Existen muchas versiones de la canción. Alguna por ahí he encontrado con más de dieciocho minutos de duración. Lo mismo podría durar tres días y tampoco nadie diría nada. Ese coro secuencial final de Prince “uh, uh, uh, uh, uh…” es realmente eterno.
6. Éxtasis. Azul Violeta.
Vaya usted a chingar a su madre si no ha escuchado esta canción. Pueden citarme. Es la dosis perfecta de acidez, nostalgia, calentura y funk. Azul Violeta es, para aquellos que crecimos en Guadalajara, la banda de nuestra generación. Los defiendo a ultranza en cualquier debate musical al calor de las copas. Fue una banda adelantada a sus tiempos. Años antes de que Zoe, Siddhartha o Kinky llenaran auditorios nacionales, Ugo Rodriguez y su banda, ya lo habían descubierto todo (sí, el rock electrónico se inventó en Guadalajara). Por favor, escuchen ese arreglo con violines, no me jodan (muy a la Moulin Rogue, pero como seis años antes). Unos visionarios, les digo. Y ya no hablemos de su psicodélica versión de El Amar y el Querer del maestro José José, que, no está demás decir, es inclusive mejor que la original. Azul Violeta superó al príncipe de la canción, y eso no es poca cosa. También la quiero para mi boda.
7. Slow Dancing In A Burning Room. John Mayer.
Este de acá viene a repetir asistencia en la lista. El único en hacer el corte en el Lado A y B. Pero es que así está la cosa. Suelo poner esta canción cada que me olvido de las cosas importantes. Ha sido el faro de mi vida durante mucho tiempo. El camino a casa. Lo mismo podría decir de Gravity o Belief, pero es que esta de acá tiene en esos primeros treinta segundos el resumen de mis intenciones todas. Me sabe a emoción y a dulzura. Es el mapa con el que regreso siempre a mi lugar seguro. Eso es John Mayer para mí: mi refugio.
8. Como dos extraños. Andrés Calamaro.
Tinta Roja, de Calamaro, es un disco de tangos y milongas que me vino a descubrir como bohemio de cepa. Solía escuchar este disco entero, de pe a pa, aquellos viernes por la noche en que decidía quedarme en casa acompañado de un seis de cerveza oscura y una caja de cigarros. Entrada la madrugada, mientras releía algún viejo poema de Sabines, o conversaba con ella (mi manzana), la noche me envolvía en un manto de pesadumbre que lo mismo me carcomía los huesos. Me afligía mucho la vida en aquellos días. Me abrumaba también mucho la existencia. Los oscuros y lánguidos caminos de la soledad pueden ser un túnel sin salida. Sin este disco no habría encontrado yo la estación. Así que nos debemos mucho. Mutuamente.
9. I Have Nothing. Whitney Houston.
El más culposo de mis gustos, quizá. Me hace gritar como niña desaforada cuando en el segundo estribillo la Whitney nos hace saber que, “no le queda nada, sin ti” (sic). Perjuro, por la existencia de mis ancestros, que siempre alcanzo a dar el mismo tono que ella. Mis dotes de soprano no conocen paradigma cuando entono esta canción. Es probablemente la rola que más disfruto mientras manejo. Vaya pedazo de conciertos a dueto con Whitney Houston me he pegado yo en ese coche. Para qué les cuento.
10. Como Lo Hice Yo. Mattise Ft. Carin León.
Sí, esta canción es de mi hermano. Dirá usted (con toda razón) que esta selección lleva mano. Me podrá acusar de nepotismo y favoritismo con todas la de la ley. Cosa que me viene sin ningún cuidado. La lista es mía. De todas las canciones de mi hermano, es esta la que me hace sentirme más cercano a él. Esta canción me sabe mucho a mi tierra. Me sabe a norte, a desierto, a lontananza. Es una bocanada de infancia y memorias y recuerdos que lo valen todo. Crecí entre discos viejos de Ramón Ayala, Los Huracanes del Norte y Los Cadetes de Linares. Entre el polvo seco y el calor sofocante del desierto de Sonora. Uno realmente nunca deja el lugar donde creció. La canción además, ya ganó un Grammy. Sí (como lo lee), mi hermano se ganó un Grammy por esto. Situación que ha venido a complicarnos un poco la dinámica familiar. ¿Ahora con qué carajos impresionaremos mi otra hermana y yo a mis padres? Vaya desastre.
11. Desvelado. Bobby Pulido. (Bonus Track).
Quizá una de las primeras canciones que me aprendí en la guitarra. No sé a ciencia exacta porqué, pero recuerdo rasguearla con singular sentimiento. Con el tiempo llegué a perfeccionar mucho mi propio cover (sí, tengo mi propia versión de la canción y es una joya). Solía cantarla en las serenatas improvisadas que armábamos con los amigos, cuando alguno tenía entre cejas a alguna chiquitilla reacia. Un día comencé a cantársela a mi mujer sin razón alguna. Y no he parado. Lo mismo un martes cualquiera después de la cena, que un domingo por la mañana antes del primer café. Cuando está molesta (que no es rareza), la uso como anzuelo para suavizar las tensiones. Esta es la canción que yo le canto a mi mujer. No por poética ni por melódica, será quizá por mera coincidencia, pero me sabe a ella. Me llena los huecos y me destroza las emociones. Me ablanda todas las espinas. Algún día, por alguna extraña razón (de esas que la vida no explica) dejaré de cantar esta canción con mi guitarra. Y sabrán que he muerto.
¿Más menciones honoríficas? A Song For You, Donny Hathaway; Desesperado, José José; I’m In The Mood, John Lee Hooker; I’ve Got A Woman, Ray Charles; Putita, Babasónicos; Howlin’ For You, The Black Keys; Flor de Capomo, Los Cadetes de Linares; Rock and Roll, Led Zeppelin; y claro, La Dosis Perfecta, de Panteón Rococó. En fin, lo mismo valdría mucho la pena un Lado C.
¡Salud!
…
«Otra, otra, otra…»
¿Apoco siguen ahí? Bueno, no esperaba menos. Pero y, ¿qué dijeron? A este güey se le está olvidando la canción de despedida. La clásica y tradicional rola caminera. Esa, que al final del concierto, nos termina por empujar a la salida. Pues venga. Con ustedes la rola, que por tradición histórica, siempre me pone de buen humor. Un aluvión de buena vibra. New Radicals vino, sacó solo un disco, se cagó en toda la industria musical de aquellos días (y en sus ídolos pop), además de en todo el sistema corporativista, y se fue. Muy a la Bobby Fischer. Jamás volvieron a sacar otro disco. Solía escuchar esta canción todos los días camino a la universidad. Hoy es la rola que me gustaría sonara el día de mi funeral. Por si las dudas, queda aquí asentado.
Con esta, me gustaría mucho despedirme.
¡Sayonara!.
Comentarios